Pasado glorioso, presente insulso, futuro incierto
España es la excepción que confirma la regla
histórica de los países con un importante pasado colonizador y colonial que
mantienen lazos culturales, políticos y sociales de relevancia con aquellas
tierras que estuvieron bajo su gobierno durante siglos. Transcurriendo el
tiempo, América Latina con quienes nos une algo vital como la lengua, nos miran
cada vez con más recelo recordándonos un pasado de hace más de quinientos años
en el que la barbarie era la ley y remoloneando para tener un presente y un
futuro común a pesar de los importantes intercambios empresariales y del
movimiento de los ciudadanos, más fluido e importante de la historia hacia
ambos lados del océano.
La globalización con su apertura de comercios
e intercambios de todo tipo, no ha impedido que Francia o Reino Unido, que
tuvieron en su poder territorios allende sus fronteras actuales, no hayan
cuidado al máximo su Quai d’Orsay o su Foreing Office respectivamente por mucho
que sus posesiones se hayan convertido hace décadas en Estados independientes.
Incluso Portugal mantiene unas relaciones muy estrechas y fluidas con sus
antiguas posesiones coloniales que se muestra en votaciones en Naciones Unidas,
medios de comunicación o incluso en la página web del Ministerio de Negocios Estrangeiros que cuenta con actualizada
información de estos países.
España tras la decadencia anterior al inicio
del siglo XX y el aislacionismo propio de la dictadura no parece dar más
importancia a su Ministerio de Asuntos Exteriores que a otros ministerios. Se
ha cuidado la diplomacia española poco y mal. Tal vez fruto de la bonanza
económica más o menos sostenida tras la transición o el adormecimiento tras la
entrada en la Unión Europea y la OTAN no se ha buscado y cuidado en modo alguno
las relaciones con el exterior. Deriva de esta actitud gubernamental la
desconfianza social hacia el extranjero, especialmente hacia Estados Unidos y
los países más fuertes de Europa. Estos rasgos adolecen de una herencia que
lógicamente ha evolucionado y que no se ajustan a un presente totalmente
distinto de los reproches que puedan hacerse.
Cierto es que la crisis económica global, se
ha enquistado en los países de la Europa del Sur, los cuatro del Mediterráneo,
España, Portugal, Italia y Grecia que tienen un pasado reciente común de
sistema dictatorial y un pasado menos reciente de hegemonía territorial.
Cuestionadas la políticas europeas y la Organización y sus estructuras, los
cuatro se lamentan de la fortaleza y directrices de Alemania o Reino Unido, ya
que sobre todo el primero marca las pautas de las medidas correctoras que han
de llevarse a cabo para que Estados grandes como el español aunque carente de
un tejido laboral solido, de una estructura industrial bien asentada, de una
red de exportaciones competitiva no arrastren a la ruina a otros países de la
Unión que empiezan a consolidarse y que en el peor de los casos producirían
incluso el desmantelamiento de la propia Unión Europea o de su sistema
monetario común.
Desgranando los que deberían ser los pilares
fundamentales de la acción española: Europa como Unión y con sus Estados, Latinoamérica,
Norte de África y Oriente Medio pueden observarse grandes carencias con poco
esfuerzo. Ni que decir tiene que la política exterior con Estados Unidos, Asia,
Rusia y las organizaciones regionales deberían ser tratadas con exquisitez y en
la realidad son apenas simbólicas.
Con Europa no ha buscado nunca una alianza
con los países del Mediterráneo, los más parecidos en sistemas a España. Muy al
contrario, se procuro el desmarque en los años de bonanza en un ejercicio mal
calculado de musculo económico que no se previó podía perder tono e incluso
masa en cualquier momento. Así, en la Unión Europea, nuestro estatus es
equiparable a Polonia y las distancias históricas son inmensas si uno se
plantea fríamente esa equivalencia en peso político.
Con Latinoamérica se hizo algo similar a la
política Europea pero con más arrogancia. Se descuidó el sur del continente
americano con la creencia de que eran ellos quienes nos necesitaban y que como
madre patria conquistadora teníamos que ayudarlos, siempre que hubiera algún
interés porque el altruismo no es materia de política internacional española, a
excepción de las misiones humanitarias. No se imaginó, ni cuando Argentina
enviando a Evita en carne mortal durante la dictadura a solidarizarse con el pueblo
español, que empezando el siglo XXI se convertirían en países con una economía y
sociedades emergentes que podía incluso permitirse nacionalizar filiales
españolas si eso era bueno para sus intereses.
El norte de África, y más concretamente el
Sahel, ha sido un ejercicio de dejadez permanente así como de elusión de
responsabilidad por un mal manejo de negociación con Marruecos, Mauritania y
los propios habitantes del Sahel. Las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla han
mantenido su estatus incontestable de tierras de España a pesar de los
problemas fronterizos pero en el Sahel ni se ha sabido ni se ha querido llegar
a un final de conflicto.
Las relaciones con Oriente Medio pasan por
las buenas relaciones que Don Juan Carlos, jefe del Estado tiene con las monarquías
árabes. Más allá de querencias en lo que a sistemas constitucionales y
democráticos se refiere, es innegable que si algún provecho se le ha podido
sacar a la monarquía parlamentaria estipulada por la Constitución Española de
1978, es lo mucho y bien que el Rey ha sabido relacionarse con los monarcas y
jefes de Estado de otros países.
A la ciudadanía española le preocupa poco lo
que ocurra fuera de sus fronteras y lo que es más significativo aún, no tiene
conciencia alguna de que lo que sucede fuera pueda influir directamente dentro
de España a excepción de temas europeos a raíz de la crisis pero, incluso en
este caso Berlín se ve lejano. Se ha pasado del imperio donde antaño no se ponía
el sol a un Estado de segunda que parece inmerso en un perenne ocaso.