domingo, 24 de noviembre de 2013

Europa está enferma. Extremismo y falta de autoestima

La prensa y los think tank se hacen eco últimamente del aumento de grupos extremistas radicales, especialmente de extrema derecha.
En Europa inevitablemente trae a la memoria en que acabaron todas las radicalizaciones político-ideológicas. Las sombras del nazismo alemán, el fascismo italiano o las dictaduras española, portuguesa y griega son demasiado alargadas aún.

La proximidad de las elecciones al parlamento europeo y la previsión de aumento de voto para los partidos de extrema derecha han puesto en la palestra un problema que lejos de estar superado va en aumento.

Uno de los principales rasgos en común de estos partidos es su nacionalismo, que revierte en antieuropeísmo, con lo que convierten en un contrasentido sus aspiraciones políticas en el seno de las instituciones de la UE, a menos que, la pretensión sea destruirla desde dentro además de alimentarse de los fondos económicos que les proporcionen los escaños que puedan conseguir para seguir en la pugna de aspiraciones de poder nacionales. 

Quizá los impulsos atávicos que aún revolotean en los corazones de alemanes, británicos y franceses –la memoria del poder, de la influencia internacional y de la ambición nacional-puedan aún entrar en juego: algunos británicos todavía recuerdan el Imperio; algunos franceses todavía lloran la glorie; algunos alemanes todavía buscan su lugar bajo el sol. En la actualidad estos deseos se encauzan principalmente dentro el magnífico proyecto europeo; sin embargo podría encontrar una expresión más tradicional. Pero sería mejor todavía si los europeos  pudieran ir más allá del miedo y la ira que les suscita el coloso proscrito y recordarán, una vez más, la necesidad vital de contar con un Estados Unidos fuerte incluso predominante por el mundo y especialmente por Europa”.

El párrafo pertenece al libro “Poder y debilidad” de Robert Kagan de 2003, que una década después no resulta anacrónico. Atendiendo a muchos de los europeístas tanto fundadores como continuadores que pugnan por unos Estados Unidos de Europa, resulta interesante realizar un análisis comparativo entre la Unión Europea actual y los Estados Unidos para tratar de encontrar un diagnostico al grave mal que acucia a la UE. Por partes.

Poderoso caballero don dinero.

La crisis económica, iniciada en Estados Unidos que se extendió rápidamente por el mundo globalizado fue el inicio del descubrimiento de que las instituciones europeas estaban enfermas. 

El hecho de que la crisis se recrudeciera en Europa y se haya enquistado haciéndose más duradera ha ayudado a que dicho síntoma sea tan importante. En ninguna de las crisis económicas sufridas cíclicamente a lo largo del siglo XX se ha cuestionado nunca la existencia el dólar como moneda de supremacía mundial. El patrón oro se eliminó pero ningún estado de los Estados Unidos ni otros países cuyas transacciones se realizan en dólares se plantearon abandonar su moneda. En Europa, sin embargo, la crisis ha sido bautizada como “Crisis el Euro” ya que inicialmente se pensaba que la dependencia el Banco Europeo, la falta de una regulación fiscal única y que los países no dispusieran del mecanismo de devaluación monetaria en función de sus necesidades era la causa de que, no solo parecía de difícil resolución el problema de solvencia económica de algunos de los estados miembros, sino que además parecía irse agravando por momentos. 
Es cierto que la falta de un control más exhaustivo de los déficits de los estados de la UE ha promovido que el problema fuese aumentando sin visos de solución hasta que se rescató a Grecia pero, volviendo al tema que nos ocupa todas las decisiones que se debían adoptar pasaban por la aprobación de imposiciones del gobierno alemán, el más fuerte de la UE en todos los aspectos. Esto ha promovido un odio hacia Alemania y su canciller fruto de la impotencia y la reticencia especialmente de los otros 16 miembros de la Eurozona, para admitir la posición de poder que Alemania ostenta. 
Nadie parece recordar que la con la unificación, Alemania tuvo que asumir de la noche a la mañana a once millones nuevos de ciudadanos que vivían precariamente y cuya estructura económica e industrial se basaba en la economía comunista impuesta desde la URSS que se desintegró en una larga agonía. La UE no padeció crisis alguna en ese momento ni se tomaron medidas de especial relevancia para afrontar la nueva situación. Sin embargo, estos partidos de extrema derecha ensalzan entre sus principales dogmas la necesidad de abandonar la moneda única, que hasta la crisis ha sido durante varios años mucho más fuerte que el dólar, su principal competidora. A fuerza de repetirlo una y otra vez pretenden que la salida del Euro conllevaría una recuperación del poderío económico nacional. Es posible que los futuros votantes de estos partidos no sean conscientes de que el país que abandone el Euro competirán con él, con el dólar y con la precariedad que les va a suponer hasta que la nueva moneda se haga fuerte y sea fiable.

¿Quiénes son los extranjeros?

Las sucesivas incorporaciones de estados miembros alcanzaron su punto álgido cuando la UE acogió a los países de la Europa del Este miembros de la desmembraba Unión Soviética comenzando a compartir frontera con Rusia. Aunque algunos no forman parte de Schengen muchos de los ciudadanos de esos nuevos Estados miembros comenzaron a moverse por la UE. Entre ellos muchas personas de etnia gitana procedentes especialmente de Rumania y los países que formaban parte de la antigua Yugoslavia. 

Muchos son refugiados de la guerra de los Balcanes de los años 90 víctimas de la limpieza étnica que la UE gestionó tarde y mal. Francia es quien parece tener un problema más grave con los gitanos pero, más que un problema xenofobo parece una cuestión de asunción de las realidades de una comunidad con unas características propias y diferenciadas que los distintos gobiernos europeos y especialmente el francés disfraza de inseguridad, violencia y desordenes públicos.

Los gitanos no se sienten parte el sistema institucional que no les ofrece ninguna oportunidad real de abandonar la situación de pobreza en la que viven mayoritariamente.  Permanecen a merced de lo que el sistema quiera hacer con ellos sin renunciar a su cultura o modo de vida. No se integran no solo por no renunciar a su identidad sino porque son meros observadores de un juego de equilibrio en el que el Estado hace trampas. Muchos gitanos no tienen sensación de privación, son las comunidades en las que están inmersas las que interpretan que su modo de vida no es el adecuado. Algunos consiguen adaptarse a las normas que se exige a los extranjeros aunque ya haya generaciones foráneas pero, aún siendo nacionales, se les sigue tratando como extranjeros. Quizá les interese la invisibilidad que les transporte a la integración o quizá no se revelen por falta de expectativas de solucionar un problema cuyo origen y persistencia no se entiende por ninguna de las partes.

Del mismo modo los refugiados cuando llegan al país de destino lo hacen con la esperanza de que su vida como poco no corre peligro, no tienen nada que perder precisamente porque no tienen nada. La cultura de solidaridad arraigada en Europa no ha sido suficiente como para resolver la situación de personas cuyo principal problema y motivo de ausencia de inmersión en el lugar de acogida es una desconfianza irracional al extranjero pobre. 

Los estudios demuestran que no son ninguno de estos grupos los mayores protagonistas de delitos de cualquier tipo  y su conflictividad responde más a un problema de desigualdad económica.

Volviendo a la comparativa con Estados Unidos que sufrió hasta que finalmente se firmo el Acta de derechos civiles en los años sesenta, un grave problema de desigualdad racial, no puede ofrecer un mejor ejemplo de superación, de lo que incluso fue una motivación de la Guerra Civil estadounidense que el hecho de que el presidente electo es negro. Es inimaginable en un país de la Unión Europea en un futuro cercano un alto cargo de Francia, por ejemplo, gitano. Los negros estadounidenses quieren ser ciudadanos de pleno derecho, persisten problemas de discriminación racista o xenófoba pero la multiculturalidad del país, y que los problemas mencionados no presenten una preocupación para la seguridad nacional son un síntoma más, para plantear la hipótesis de que es más una cuestión de rechazo a los extranjeros que realmente no lo son y que como ciudadanos miembros de la Unión Europea debería de tener el mismo nexo con la sociedad. El problema ya toma tintes dramáticos cuando se plantea la posibilidad por parte de algunos países de cerrar sus fronteras a la emigración de cualquier tipo.

¿De dónde procede la amenaza?

Hasta después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos carecía de lo que en los Estados europeos equivaldría a un Ministerio de Interior. No se entendía la posibilidad de amenazas intraestatales que requiriesen una atención especial por parte de Washington. ¿Qué ciudadano americano, de ascendencia extranjera y a los que tanto les había costado hacer nación iba a querer atentar contra sí mismo? El ministro de interior francés interpreta como amenaza interior la presencia de gitanos en su país pertenecientes a la UE. 

El islamismo radical se manifestó así como una amenaza real de aquellos a los que durante generaciones habían sido educados para odiar a América. Sin embargo, el mar compartido entre Europa y  los países de mayoría religiosa islámica puede ser atravesado incluso en lanchas de juguete jugándose la vida. Es más fácil llegar a las costas europeas que aterrizar en cualquier otro país que no sea parte de la UE. El refuerzo de las fronteras en países como España se realiza con concertinas (alambres de espinos incrustados en las vallas) como muestra de la falta de una regulación eficaz de la UE que aún teniendo una institución como FRONTEX no acaba de clarificar sus competencias y homogeneizarlas en todo el territorio.

La presencia creciente de musulmanes en muchos países de Europa que tratan de mantener sus prácticas religiosas y culturales en países mayoritariamente laicos ha sido otro de los eslóganes que los extremistas radicales han asumido para captar votos. 

En cuanto al problema que presentan las comunidades musulmanas especialmente en la cuestión de los derechos de las mujeres que en Europa, al menos de iure, son prácticamente equivalentes a los de los hombres, para los musulmanes son inadmisibles y no se acepta que sus mujeres no sigan ciegamente lo que les imponen sus padres y esposos. Lo que en Estados Unidos es únicamente un problema de seguridad relacionando el islamismo con terrorismo, en la Unión Europea además es un problema religioso, social y de derechos. Esto llama a la polarización ideológica a muchos ciudadanos que no aceptan que se cedan espacios para mezquitas, porque el rechazo a la proliferación de una comunidad religiosa creciente, bien porque las religiones se han quedado al margen de las estructuras de los Estados con no pocos esfuerzos, bien porque en otros Estados la religión católica sigue teniendo la hegemónica socialmente y cuenten con apoyo institucional e incluso reconocimiento constitucional.


Los políticos son el reflejo del pueblo

La desafección política y la desconfianza de los ciudadanos por quienes les gobierna forma parte también de la sintomatología del extraño mal europeo. La cesión de soberanía a la UE por parte de los Estados miembros que debería suponer más fortaleza para todos tanto juntos como por separado es otra de las armas arrojadizas de los extremistas. Mientras los Estados-nación sigan pensando que su fortaleza reside en mantener su identidad sin admitir que su calidad de estados miembros les ha aportado a pesar de ello tantos beneficios, la estructura de la Unión Europea será endeble.

Los ciudadanos europeos no saben que lo son porque nadie se lo ha contado. Una de las principales carencias de la UE ha sido no saber “criar” ciudadanía europea. Dos generaciones después de la creación de la Unión Europea los ciudadanos de los países miembros no saben que significa pertenecer a un ente supranacional que ha conseguido unir a 28 países bajo unas mismas directrices. El pasado 2012, los propios europeos criticaban la entrega el premio Nobel de la Paz a la UE. Los ciudadanos de la UE no se quieren como tales. Sería cuanto menos curioso que Estaos Unidos que lleva más de un siglo sin una guerra dentro de su territorio fuera el galardonado. A la UE que nació tras dos guerras mundiales y a quien se la premia por sus mas de 65 años de convivencia pacífica por la superación de unos odios que parecen crecer en un modo alarmante se hubiera rasgado las vestiduras.


La apertura de fronteras de 1993 con la libre circulación de personas por los países miembros de la UE fue un logro impensable en anteriores décadas y parecía  una suerte de borrado de líneas divisorias más allá de lo meramente geográfico. No está claro si el problema real de Europa es el extremismo radical de derechas, la polarización política hacia ideologías con propuestas separatistas, xenófobas y racistas y que apuestan por mas desigualdad social que se está manifestando como principal síntoma de la enfermedad. La falta de euroautoestima ha de convertirse en tolerancia a quienes dentro de las desigualdades forman parte de un ente común, que nació tras el sueño de un lugar que ejemplificara la convivencia tras millones de muertos que siguen dando vida al recuerdo de lo que puede producir el odio.

Silvia Brasa. 2013

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