Cuando proliferan la importancia del liderazgo y los
cursos para enseñar técnicas que puedan inspirar, alentar y fundamentalmente
saber utilizar las llaves que el poder de que el grupo dirigido consiga unas
metas comunes, resulta paradójico que en muchos países europeos, los jefes de
gobierno sean la encarnación de los valores y cualidades contrarias a lo que
caracteriza a un líder. Sin embargo el
uso de la psicología política que hábilmente ha sabido leer el momento
histórico social puede dar una explicación a por qué un hombre que representa
la antítesis del liderazgo, no solamente haya conseguido convertir en presidente
de un grupo político mayoritario, en jefe de gobierno y que a pesar de la
impopularidad, el descontento y la crítica generalizada mantenga después de
casi dos años en el poder, una intención de voto que aunque decreciente le
mantendría al frente del gobierno una legislatura más.
El rey ha muerto. Viva el rey.
En la legislación española al contrario de lo que
ocurre en la norteamericana por ejemplo, no existe norma alguna que obligue a
una democracia interna en los partidos políticos. Tampoco hay una limitación en
el número de legislaturas que un presidente puede acumular. José María Aznar
propuesto como sucesor de Manuel Fraga para una renovación y refundación de
Alianza Popular, el partido que aglutinaba a liberales, conservadores y
democristianos fue el elegido en 1989 como vicepresidente del nuevo Partido
Popular que lideraría Fraga, siendo candidato Aznar a las
elecciones generales de ese mismo año y elegido en 1990 como presidente del
partido. En esas elecciones el PP conseguiría que Felipe González no alcanzara
una tercera mayoría absoluta por un solo diputado a pesar del desastroso final
de década protagonizado por múltiples escándalos tanto dentro del partido
socialista como en el gobierno. El carisma de González era incontestable dentro
y fuera de España.
Como luego ocurriría con Mariano Rajoy Brey, Aznar
obtuvo el respaldo prácticamente unánime de los miembros de su partido a pesar
de ser un desconocido para la ciudadanía. A quien se estaba dando realmente el
beneplácito, que no el apoyo pues no lo necesitaba era al verdadero líder del
partido, Fraga, como más tarde se hizo cuando Aznar propuso a Rajoy como
sucesor sin que hubiera ningún otro oponente. A
José María Aznar, que tras ser elevado a delfín de Fraga, se autocalificaba
como “un hombre normal, sin patrimonio personal, ni político” se le auguraba un
corto futuro por su ausencia de determinación, fuerza y carisma para hacer
mella en la sombra cansada y cada vez mas ajada de Felipe González. José María,
tímido, introvertido y de pocas palabras, supo esperar mientras crecía en
experiencia. La campechanía, veteranía y cercanía de González, chocaba
frontalmente con la imagen de señorito castellano de Aznar.
Los
dirigentes aliancistas estaban tan fraccionados como más tarde los estuvieron
los populares en los dos nombramientos de sucesión pero, si algo ha tenido
siempre claro el partido que ha ocupado el espectro de la derecha española es
que la unión hace la fuerza y fortalece por ende al líder. Así ocurrió con ese
Aznar duro y frío de los comienzos que luego y tras fumarse un puro,
literalmente con los pies sobre la mesa con el líder de la superpotencia
mundial George Bush y apoyarle contra mandato del Consejo de Seguridad de
Naciones Unidas, ganar unas elecciones, ya con González fuera de juego y
revalidar su poder por mayoría absoluta, la más amplia de la historia de la
democracia española, nombró a Rajoy como sucesor. Ni a Rodrigo Rato, de quien dijo
había rechazado hasta dos veces la propuesta, ni a Álvarez Cascos, su fiel
escudero ni a Mayor Oreja, el mejor valorado por los ciudadanos.
Desconfianza y falta de
valoración
Rajoy hombre gris, funcionario de carrera y en
apariencia de corazón llegó a la lucha por las elecciones generales de 2003 tras un
nefasto periodo como portavoz del gobierno en el que sus declaraciones en la
crisis del Prestige y el apoyo del gobierno español a la intervención de
Estados Unidos en Irak, el accidente del Yak-42 , partía como favorito
para ganar las elecciones contra José Luis Rodríguez Zapatero, el nuevo
desconocido esta vez socialista, que prometía sobre todo talante a una
ciudadanía cansada de bravuconadas pero, sobre todo indecisa ante la
conveniencia de mantener lo malo conocido. Los buenos resultados económicos
avalaban a los Populares pero la valoración de Mariano Rajoy como político
nunca fue buena y nunca lo ha sido. Sus propios electores le concedieron un
aprobado raspado justo antes de su vitoria electoral en 2011, con un Zapatero desgastadísimo
por su desastrosa gestión de la crisis económica. Sólo consiguió superar al
presiente del ejecutivo un mes antes de celebrarse las elecciones en las que
resultó ganador. Algo que nunca había ocurrido en ningún gobierno democrático y
que tampoco tiene precedentes en Francia o Reino Unido con líderes como
Sarkozi, muy mal valorados en sus últimos años al frente del poder.
El carisma de la no estrategia
Un líder carismático tiene una personalidad arrolladora,
que inspira con su discurso, que transmite los anhelos de su proyecto y
esperanza de que estos se van a realizar. Los deseos, que la ciudadanía cree
capaz de ser materializados por el líder, a veces de modo consciente y a veces
inconscientemente, se manifiestan fundamentalmente de dos modos: la seguridad
de un manejo eficaz y eficiente de las situaciones y la unión con un grupo potente.
Mariano Rajoy era percibido en 2011 como un opositor y
candidato a la presidencia del gobierno de España falto de proyecto y de
propuestas concretas a la solución de los graves problemas que acuciaban al
país. Sin embargo amortizó su carácter serio para dar a entender que “los
expertos”, un gabinete de tecnócratas que realmente supieran hacer funcionar de
nuevo la maquinaria española, sin explicar quiénes ni cómo sacarían a España
del atoalladero económico. Leer durante sus
intervenciones en el debate con Pérez Rubalcaba fue tan criticado como su
excesivo maquillaje o la falta de determinación a la hora de responder a las
continuas interpelaciones de su oponente ante la falta de claridad de su
proyecto.
Valor: “se le supone”
Esto rezaba en las Cartillas Militares de los
soldados de reemplazo españoles que realizaban su servicio en el Ejercito en
tiempo de paz y no habían tenido tiempo de demostrar su valor en combate.
Mariano Rajoy tampoco había “combatido” pero sus votantes le suponían capaz de
liderar el gobierno por esa pertenencia a un grupo fuerte y cohesionado. Un
hombre que a pesar de las criticas de propios y extraños se mantenía
imperturbable y que sería avalado además por la demostrada concurrencia de los
votantes de clase media-alta, varones, con un nivel superior de estudios,
ideología conservadora y liberal que acuden mayoritariamente a votar. En las
elecciones de 2011 no iba a ocurrir como en 2004 donde tras los atentados del
11 de marzo, se alcanzó la más baja abstención en España en unas elecciones
generales y el voto socialista movilizó a más de un millón de electores, socialistas
o no, simpatizantes de izquierdas haciendo uso del voto útil o no, indecisos o
no.
Para entender la emergencia de un líder o de un jefe
de cualquier organismo es imprescindible ver el entorno que le rodea en el
momento de su encumbramiento. El descontento social con las políticas de
Zapatero, la desconfianza del continuismo socialista, la necesidad de un cambio
por probar algo nuevo arroparon el triunfo de Rajoy. Mariano ofrece además una
imagen que invita a pensar en la ausencia de incertidumbre, de sorpresas, en
que es un gestionador serio.
La crisis es una
responsabilidad de todos
Al principio de su mandato, el Presidente trató de
ejercer de líder ya que como tal surgía en un momento de crisis y desesperanza
y para incentivar la cohesión social. Él y su gobierno hacían peticiones de
sacrificio a la ciudadanía para conseguir el bien común. Culpaban a unos de
haber “gastado por encima de sus posibilidades”, los malos ciudadanos ignorantes que se habían dejado engañar con
hipotecas y se habían lucrado jugando a ser ricos a crédito y bendecían a los
que entendieran que era necesario el esfuerzo común de esos buenos ciudadanos que aceptarían subidas
de impuestos, recortes de salarios y aumentos de precios en todos los bienes de consumo
básicos, los patriotas que sacarían el país adelante y pagarían los desmanes de
los derrochadores. Mariano Rajoy comenzó además a explotar el deseo.
No hay nada que pueda desearse más que lo
inaccesible, lo difícilmente alcanzable, aquello que cuesta más conseguir.
Lograrlo reporta además satisfacciones mayores que lo que conlleva menos
esfuerzo. Las comparecencias del presidente se fueron reduciendo hasta ser prácticamente
inexistentes fuera de los foros internacionales, recurriendo bien a su gabinete
para que ofreciera las ruedas de prensa tras los consejos de ministros, bien a
una pantalla de plasma en la que aparecía su cada vez más alejada imagen de la
ciudadanía y que no admitía pregunta alguna que supusiera motivo de debate o
controversia. Quien está lejos del barro difícilmente se enfanga con lo que así
se cubrían dos frentes: la deseabilidad y la incorruptibilidad.
“Los otros”
La cohesión de grupo tan mencionada, no solo se ha
visto reforzada por la ausencia de autocrítica del presidente o del gobierno
actual. Las manifestaciones multitudinarias de todos los sectores de la
población de la gestión que por momentos parece desnortada del gobierno del
país, obcecada en el descenso del déficit, ha conseguido más adeptos a la causa
marianista.
Se tacha de radicales, perroflautas y gente de mal
vivir a los ciudadanos que se manifiestan en las calles, haciendo del divide y
vencerás un dogma. Muchos ciudadanos no se manifiestan no porque no estén
descontentos. Algunos no son capaces de admitir de modo público la penuria a la
que sus familias se han visto abocadas no ya con la crisis inicial sino con el
paro creciente o la inasumible subida de gastos a la que se han visto
sometidos; declarando su quiebra se humillarían más y además dejarían de pertenecer por siempre al
grupo poderoso, al que no falta de nada a pesar de crisis económicas. Otros no
quieren ser tachados con las etiquetas que tan eficazmente han sabido colocar
desde el gobierno y el grupo parlamentario mayoritario a aquellos que se
manifiestan, da igual el motivo y aprovechan hábilmente cualquier perturbación
del orden público para demonizarlos más por mucho que los ciudadanos les vean como los causantes de la actual situación de España.
Recientemente, por el contrario, Mariano
Rajoy daba su apoyo a las víctimas del terrorismo, a quienes se trata de
politizar a favor de los Populares de modo público y notorio, aunque para ello
tachara sin tapujos de injusta una sentencia del más alto tribunal
supranacional al que el gobierno español está sometido. Tampoco las víctimas
del terrorismo, que en la manifestación criticaban al gobierno, se libraron de
ser tachados de “ignorantes” por la secretaria general del partido que Rajoy
preside.
“Fin de la cita”
Si algo encumbra
a un líder al punto de hacerle merecedor de un lugar en los libros de
historia son sus discursos. Mariano Rajoy es un mal orador. Tiene mala dicción,
no trasmite cercanía, carece de sentido del humor y en absoluto emociona a sus auditorios que
gracias a ese sentido grupal ya vienen enfervorizados de casa, sino no se
explican las ovaciones a esos penosos monólogos en los que el presidente habla
con una dosis nula de pasión que contagiar.
Se hizo merecedor del calificativo de antilíder, más
si cabe, en la comparecencia del 1 de agosto de 2013 en la que dio cuenta al
Parlamento de la situación económica y política del país y el caso del Luis
Bárcenas encausado y encarcelado por su gestión al frente de la tesorería del
Partido Popular tras haber salido a la luz supuestas comunicaciones recientes
de apoyo del Presidente con el reo. Repitiendo frases en pasadas intervenciones
del jefe de la oposición terminaba cada una de ellas con un contundente “Fin de
la cita” que fue motivo de escarnio nacional e internacional en prensa y redes
sociales. Estas últimas son otra bestia negra de Rajoy y el partido de gobierno
que no han sabido o no han querido darse cuenta de que la ciudadanía cada vez cuenta
con más acceso a la información, de modo más inmediato y no solo no deja de
demandarla sino que además interactúa y apoya a quienes son capaces de
transmitirle más cercanía por unos medios directos e instantáneos.
Ese “fin de la cita” incomprensible, bien por la sospecha
de que no tuviera el presidente otros argumentos que utilizar que los de su
contrario, bien por su conocida torpeza, que invitaba maliciosamente a pensar
que era algo que no debía leer, fue una continuación de la estrategia de culpar
al legado socialista, de sus errores pasados y presentes haciendo uso y gala
del “y tu más”.
Es difícil imaginar un futuro en el que alguien
quiera imitar a un hombre como Mariano Rajoy Brey, en el que seguir depositando
fe y esperanza de un porvenir mejor sintiéndose orgullosos de haber logrado el éxito
común de un proyecto con el que hasta ahora no ha conseguido convencer, ni ha
sabido vender fuera de sus propios feudos. Las últimas encuestas del CIS
revelan que un 75% de los ciudadanos encuestados desaprueban su labor como
Presidente y un 85% no confía en él. Se cumplen en breve pues, dos años de la
mejor muestra de cómo ser un líder al frente de un país de casi 47 millones de
habitantes careciendo de carisma, de magnetismo, de oratoria o de cualquier
cualidad que le haga merecedor del adjetivo líder.
Dimitir, por cierto, es un
verbo que un líder en España, por poco valorado que sea, no contempla desde hace más de 30
años.
Silvia Brasa 2013
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