sábado, 9 de noviembre de 2013

Mariano Rajoy, el antilíder.


Cuando proliferan la importancia del liderazgo y los cursos para enseñar técnicas que puedan inspirar, alentar y fundamentalmente saber utilizar las llaves que el poder de que el grupo dirigido consiga unas metas comunes, resulta paradójico que en muchos países europeos, los jefes de gobierno sean la encarnación de los valores y cualidades contrarias a lo que caracteriza a un líder.  Sin embargo el uso de la psicología política que hábilmente ha sabido leer el momento histórico social puede dar una explicación a por qué un hombre que representa la antítesis del liderazgo, no solamente haya conseguido convertir en presidente de un grupo político mayoritario, en jefe de gobierno y que a pesar de la impopularidad, el descontento y la crítica generalizada mantenga después de casi dos años en el poder, una intención de voto que aunque decreciente le mantendría al frente del gobierno una legislatura más.

El rey ha muerto. Viva el rey.

En la legislación española al contrario de lo que ocurre en la norteamericana por ejemplo, no existe norma alguna que obligue a una democracia interna en los partidos políticos. Tampoco hay una limitación en el número de legislaturas que un presidente puede acumular. José María Aznar propuesto como sucesor de Manuel Fraga para una renovación y refundación de Alianza Popular, el partido que aglutinaba a liberales, conservadores y democristianos fue el elegido en 1989 como vicepresidente del nuevo Partido Popular que lideraría Fraga, siendo candidato Aznar a las elecciones generales de ese mismo año y elegido en 1990 como presidente del partido. En esas elecciones el PP conseguiría que Felipe González no alcanzara una tercera mayoría absoluta por un solo diputado a pesar del desastroso final de década protagonizado por múltiples escándalos tanto dentro del partido socialista como en el gobierno. El carisma de González era incontestable dentro y fuera de España.

Como luego ocurriría con Mariano Rajoy Brey, Aznar obtuvo el respaldo prácticamente unánime de los miembros de su partido a pesar de ser un desconocido para la ciudadanía. A quien se estaba dando realmente el beneplácito, que no el apoyo pues no lo necesitaba era al verdadero líder del partido, Fraga, como más tarde se hizo cuando Aznar propuso a Rajoy como sucesor sin que hubiera ningún otro oponente. A  José María Aznar, que tras ser elevado a delfín de Fraga, se autocalificaba como “un hombre normal, sin patrimonio personal, ni político” se le auguraba un corto futuro por su ausencia de determinación, fuerza y carisma para hacer mella en la sombra cansada y cada vez mas ajada de Felipe González. José María, tímido, introvertido y de pocas palabras, supo esperar mientras crecía en experiencia. La campechanía, veteranía y cercanía de González, chocaba frontalmente con la imagen de señorito castellano de Aznar.

 Los dirigentes aliancistas estaban tan fraccionados como más tarde los estuvieron los populares en los dos nombramientos de sucesión pero, si algo ha tenido siempre claro el partido que ha ocupado el espectro de la derecha española es que la unión hace la fuerza y fortalece por ende al líder. Así ocurrió con ese Aznar duro y frío de los comienzos que luego y tras fumarse un puro, literalmente con los pies sobre la mesa con el líder de la superpotencia mundial George Bush y apoyarle contra mandato del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, ganar unas elecciones, ya con González fuera de juego y revalidar su poder por mayoría absoluta, la más amplia de la historia de la democracia española, nombró a Rajoy como sucesor. Ni a Rodrigo Rato, de quien dijo había rechazado hasta dos veces la propuesta, ni a Álvarez Cascos, su fiel escudero ni a Mayor Oreja, el mejor valorado por los ciudadanos.

Desconfianza y falta de valoración

Rajoy hombre gris, funcionario de carrera y en apariencia de corazón llegó a la lucha por las elecciones generales de 2003 tras un nefasto periodo como portavoz del gobierno en el que sus declaraciones en la crisis del Prestige y el apoyo del gobierno español a la intervención de Estados Unidos en Irak, el accidente del Yak-42 , partía como favorito para ganar las elecciones contra José Luis Rodríguez Zapatero, el nuevo desconocido esta vez socialista, que prometía sobre todo talante a una ciudadanía cansada de bravuconadas pero, sobre todo indecisa ante la conveniencia de mantener lo malo conocido. Los buenos resultados económicos avalaban a los Populares pero la valoración de Mariano Rajoy como político nunca fue buena y nunca lo ha sido. Sus propios electores le concedieron un aprobado raspado justo antes de su vitoria electoral en 2011, con un Zapatero desgastadísimo por su desastrosa gestión de la crisis económica. Sólo consiguió superar al presiente del ejecutivo un mes antes de celebrarse las elecciones en las que resultó ganador. Algo que nunca había ocurrido en ningún gobierno democrático y que tampoco tiene precedentes en Francia o Reino Unido con líderes como Sarkozi, muy mal valorados en sus últimos años al frente del poder.

El carisma de la no estrategia

Un líder carismático tiene una personalidad arrolladora, que inspira con su discurso, que transmite los anhelos de su proyecto y esperanza de que estos se van a realizar. Los deseos, que la ciudadanía cree capaz de ser materializados por el líder, a veces de modo consciente y a veces inconscientemente, se manifiestan fundamentalmente de dos modos: la seguridad de un manejo eficaz y eficiente de las situaciones y la  unión con un grupo potente.

Mariano Rajoy era percibido en 2011 como un opositor y candidato a la presidencia del gobierno de España falto de proyecto y de propuestas concretas a la solución de los graves problemas que acuciaban al país. Sin embargo amortizó su carácter serio para dar a entender que “los expertos”, un gabinete de tecnócratas que realmente supieran hacer funcionar de nuevo la maquinaria española, sin explicar quiénes ni cómo sacarían a España del atoalladero económico.  Leer durante sus intervenciones en el debate con Pérez Rubalcaba fue tan criticado como su excesivo maquillaje o la falta de determinación a la hora de responder a las continuas interpelaciones de su oponente ante la falta de claridad de su proyecto.

Valor: “se le supone”

Esto rezaba en las Cartillas Militares de los soldados de reemplazo españoles que realizaban su servicio en el Ejercito en tiempo de paz y no habían tenido tiempo de demostrar su valor en combate. Mariano Rajoy tampoco había “combatido” pero sus votantes le suponían capaz de liderar el gobierno por esa pertenencia a un grupo fuerte y cohesionado. Un hombre que a pesar de las criticas de propios y extraños se mantenía imperturbable y que sería avalado además por la demostrada concurrencia de los votantes de clase media-alta, varones, con un nivel superior de estudios, ideología conservadora y liberal que acuden mayoritariamente a votar. En las elecciones de 2011 no iba a ocurrir como en 2004 donde tras los atentados del 11 de marzo, se alcanzó la más baja abstención en España en unas elecciones generales y el voto socialista movilizó a más de un millón de electores, socialistas o no, simpatizantes de izquierdas haciendo uso del voto útil o no, indecisos o no.
Para entender la emergencia de un líder o de un jefe de cualquier organismo es imprescindible ver el entorno que le rodea en el momento de su encumbramiento. El descontento social con las políticas de Zapatero, la desconfianza del continuismo socialista, la necesidad de un cambio por probar algo nuevo arroparon el triunfo de Rajoy. Mariano ofrece además una imagen que invita a pensar en la ausencia de incertidumbre, de sorpresas, en que es un gestionador serio.


La crisis es una responsabilidad de todos

Al principio de su mandato, el Presidente trató de ejercer de líder ya que como tal surgía en un momento de crisis y desesperanza y para incentivar la cohesión social. Él y su gobierno hacían peticiones de sacrificio a la ciudadanía para conseguir el bien común. Culpaban a unos de haber “gastado por encima de sus posibilidades”, los malos ciudadanos ignorantes que se habían dejado engañar con hipotecas y se habían lucrado jugando a ser ricos a crédito y bendecían a los que entendieran que era necesario el esfuerzo común de esos buenos ciudadanos que aceptarían subidas de impuestos, recortes de salarios y aumentos de precios en todos los bienes de consumo básicos, los patriotas que sacarían el país adelante y pagarían los desmanes de los derrochadores. Mariano Rajoy comenzó además a explotar el deseo.
No hay nada que pueda desearse más que lo inaccesible, lo difícilmente alcanzable, aquello que cuesta más conseguir. Lograrlo reporta además satisfacciones mayores que lo que conlleva menos esfuerzo. Las comparecencias del presidente se fueron reduciendo hasta ser prácticamente inexistentes fuera de los foros internacionales, recurriendo bien a su gabinete para que ofreciera las ruedas de prensa tras los consejos de ministros, bien a una pantalla de plasma en la que aparecía su cada vez más alejada imagen de la ciudadanía y que no admitía pregunta alguna que supusiera motivo de debate o controversia. Quien está lejos del barro difícilmente se enfanga con lo que así se cubrían dos frentes: la deseabilidad y la incorruptibilidad.

“Los otros”

La cohesión de grupo tan mencionada, no solo se ha visto reforzada por la ausencia de autocrítica del presidente o del gobierno actual. Las manifestaciones multitudinarias de todos los sectores de la población de la gestión que por momentos parece desnortada del gobierno del país, obcecada en el descenso del déficit, ha conseguido más adeptos a la causa marianista.
Se tacha de radicales, perroflautas y gente de mal vivir a los ciudadanos que se manifiestan en las calles, haciendo del divide y vencerás un dogma. Muchos ciudadanos no se manifiestan no porque no estén descontentos. Algunos no son capaces de admitir de modo público la penuria a la que sus familias se han visto abocadas no ya con la crisis inicial sino con el paro creciente o la inasumible subida de gastos a la que se han visto sometidos; declarando su quiebra se humillarían más y  además dejarían de pertenecer por siempre al grupo poderoso, al que no falta de nada a pesar de crisis económicas. Otros no quieren ser tachados con las etiquetas que tan eficazmente han sabido colocar desde el gobierno y el grupo parlamentario mayoritario a aquellos que se manifiestan, da igual el motivo y aprovechan hábilmente cualquier perturbación del orden público para demonizarlos más por mucho que los ciudadanos les vean como los causantes de la actual situación de España.


Recientemente, por el contrario, Mariano Rajoy daba su apoyo a las víctimas del terrorismo, a quienes se trata de politizar a favor de los Populares de modo público y notorio, aunque para ello tachara sin tapujos de injusta una sentencia del más alto tribunal supranacional al que el gobierno español está sometido. Tampoco las víctimas del terrorismo, que en la manifestación criticaban al gobierno, se libraron de ser tachados de “ignorantes” por la secretaria general del partido que Rajoy preside.

“Fin de la cita”

Si algo encumbra  a un líder al punto de hacerle merecedor de un lugar en los libros de historia son sus discursos. Mariano Rajoy es un mal orador. Tiene mala dicción, no trasmite cercanía, carece de sentido del humor  y en absoluto emociona a sus auditorios que gracias a ese sentido grupal ya vienen enfervorizados de casa, sino no se explican las ovaciones a esos penosos monólogos en los que el presidente habla con una dosis nula de pasión que contagiar.

Se hizo merecedor del calificativo de antilíder, más si cabe, en la comparecencia del 1 de agosto de 2013 en la que dio cuenta al Parlamento de la situación económica y política del país y el caso del Luis Bárcenas encausado y encarcelado por su gestión al frente de la tesorería del Partido Popular tras haber salido a la luz supuestas comunicaciones recientes de apoyo del Presidente con el reo. Repitiendo frases en pasadas intervenciones del jefe de la oposición terminaba cada una de ellas con un contundente “Fin de la cita” que fue motivo de escarnio nacional e internacional en prensa y redes sociales. Estas últimas son otra bestia negra de Rajoy y el partido de gobierno que no han sabido o no han querido darse cuenta de que la ciudadanía cada vez cuenta con más acceso a la información, de modo más inmediato y no solo no deja de demandarla sino que además interactúa y apoya a quienes son capaces de transmitirle más cercanía por unos medios directos e instantáneos.

Ese “fin de la cita” incomprensible, bien por la sospecha de que no tuviera el presidente otros argumentos que utilizar que los de su contrario, bien por su conocida torpeza, que invitaba maliciosamente a pensar que era algo que no debía leer, fue una continuación de la estrategia de culpar al legado socialista, de sus errores pasados y presentes haciendo uso y gala del “y tu más”.

Es difícil imaginar un futuro en el que alguien quiera imitar a un hombre como Mariano Rajoy Brey, en el que seguir depositando fe y esperanza de un porvenir mejor sintiéndose orgullosos de haber logrado el éxito común de un proyecto con el que hasta ahora no ha conseguido convencer, ni ha sabido vender fuera de sus propios feudos. Las últimas encuestas del CIS revelan que un 75% de los ciudadanos encuestados desaprueban su labor como Presidente y un 85% no confía en él. Se cumplen en breve pues, dos años de la mejor muestra de cómo ser un líder al frente de un país de casi 47 millones de habitantes careciendo de carisma, de magnetismo, de oratoria o de cualquier cualidad que le haga merecedor del adjetivo líder.

Dimitir, por cierto, es un verbo que un líder en España, por poco valorado que sea, no contempla desde hace más de 30 años.

Silvia Brasa 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario